ATRACTIVO DE LA MISA TRIDENTINA
Por
el Cardenal Alfons M. Stickler
LA MISA TRIDENTINA O
LITURGIA DE SAN PÍO V
La Misa Tridentina es el rito de la
Misa fijado por el Papa Pío V a solicitud del Concilio de Trento y promulgado
el 5 de diciembre de 1570. Este Misal contiene el antiguo rito Romano, del que
fueron eliminados varios agregados y alteraciones. Cuando se la promulgó, se
preservaron otros ritos que habían existido por lo menos durante 200 años. Por
lo tanto, es más correcto llamar a este Misal la liturgia del Papa San Pío V.
FE Y LITURGIA
EL SACRIFICIO DE LA MISA,
CENTRO DE LA LITURGIA CATÓLICA
Desde el comienzo mismo de la Iglesia,
la fe y la liturgia han estado íntimamente conectadas. Una clara prueba de esto
puede hallarse en el propio Concilio de Trento. Este Concilio declaró
solemnemente que el sacrificio de la Misa es el centro de la liturgia Católica,
en oposición a la herejía de Martín Lutero, quien negaba que la Misa fuese un
sacrificio. Sabemos, a partir de la historia del desarrollo de la Fe, que esta
doctrina ha sido fijada con autoridad por el Magisterio en la enseñanza de
papas y concilios. También sabemos que en la totalidad de la Iglesia, y
especialmente en las iglesias orientales, la Fe fue el factor más importante
para el desarrollo y la formación de la liturgia, particularmente en el caso de
la Misa. Existen argumentos convincentes en este sentido desde los primeros
siglos de la Iglesia. El Papa Celestino I escribió a los obispos de la Galia en
el año 422: Legem credendi, lex statuit supplicandi; lo que en adelante se
expresó comúnmente por la frase lex orandi, lex credendi (la ley de la oración
es la ley de la fe). Las iglesias ortodoxas conservaron la Fe a través de la
liturgia. Esto es muy importante porque en la última carta que escribió el Papa
hace siete días dijo que la Iglesia Latina debe aprender de las iglesias de
Oriente, especialmente sobre la liturgia...
DECLARACIONES CONCILIARES:
DOCTRINALES Y DISCIPLINARIAS
Un tema a menudo descuidado lo
constituye los dos tipos de declaraciones y decisiones conciliares: las
doctrinales (teológicas) y las disciplinarias. En la mayoría de los concilios
hemos tenido ambas, doctrinales y disciplinarias.
En algunos concilios no ha habido
declaraciones o decisiones disciplinarias; y a la inversa, ha habido algunos
concilios sin declaraciones doctrinales, con declaraciones solamente disciplinarias.
Muchos de los concilios de Oriente después del de Nicea trataron sólo
cuestiones de fe.
El Segundo Concilio de Tolón, del año
691, fue un concilio estrictamente oriental, para declaraciones y decisiones
exclusivamente disciplinarias, porque las iglesias de Oriente habían sido
dejadas de lado en los concilios precedentes. Esto actualizó la disciplina para
las iglesias orientales, especialmente para la de Constantinopla.
Esto es importante porque en el
Concilio de Trento tenemos claramente ambas: capítulos y cánones que pertenecen
exclusivamente a la fe y, en casi todas las sesiones, después de los capítulos
teológicos y cánones, cuestiones disciplinarias. La diferencia es importante.
En todos los cánones teológicos tenemos la declaración de que cualquiera que se
oponga a las decisiones del Concilio queda excluido de la comunidad: anatema
sit.
Pero el Concilio nunca declara anatema
por razones puramente disciplinarias; las sanciones del Concilio son sólo para
las declaraciones doctrinales.
EL CONCILIO DE TRENTO Y LA
MISA
Todo esto es importante para nuestras
reflexiones actuales. Ya hemos señalado la conexión entre fe y oración
(liturgia) y especialmente entre fe y la forma más elevada de la liturgia, el
culto común. Esta conexión tiene su expresión clásica en el Concilio de Trento,
que trató el tópico en tres sesiones: la decimotercera de octubre de 1551, la
vigésima de julio de 1562 y, especialmente, la vigésimo segunda en septiembre
de 1562, que produjo los capítulos y cánones dogmáticos del Santo Sacrificio de
la Misa.
Existe, además, un decreto especial
concerniente a aquellas cuestiones que deben ser observadas y evitadas en la
celebración de la Misa. Esta es una declaración clásica y fundamental,
autorizada y oficial, del pensamiento de la Iglesia sobre el tema.
El decreto considera primero la
naturaleza de la Misa. Martín Lutero había negado de forma clara y pública su
misma naturaleza declarando que la Misa no era un sacrificio. Es verdad que,
para no perturbar al fiel común, los reformadores no eliminaron inmediatamente
aquellas partes de la Misa que reflejaban la verdadera Fe y que se oponían a
sus nuevas doctrinas. Por ejemplo, mantuvieron la elevación de la Hostia entre
el Sanctus y el Benedictus.
Para Lutero y sus seguidores, el culto
consistía principalmente en la prédica como medio de instrucción y edificación,
mezclado con oraciones e himnos. Recibir la Santa Comunión era sólo un episodio
secundario. Lutero todavía mantenía la presencia de Cristo en el pan en el
momento de su recepción, pero negaba firmemente el Sacrificio de la Misa. Para
él el altar nunca podía ser un lugar de sacrificio. A partir de esta negación,
podemos entender los errores consiguientes en la liturgia protestante, que es
completamente diferente de la de la Iglesia Católica. También podemos entender
por qué el Concilio de Trento definió aquella parte de la Fe Católica que
concierne a la naturaleza del Sacrificio Eucarístico: es una fuerza salvadora real.
En el sacrificio de Jesucristo el sacerdote substituye a Cristo mismo. Como
resultado de su ordenación él es un verdadero alter Christus. Mediante la
Consagración, el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo y el vino en Su
Sangre. Esta realización de Su sacrificio es la adoración de Dios.
El Concilio especifica que éste no es
un nuevo sacrificio independiente del sacrificio único de Cristo sino el mismo
sacrificio, en el que Cristo se hace presente en forma incruenta, de manera tal
que Su Cuerpo y Su Sangre están presentes en substancia permaneciendo bajo la
apariencia de pan y vino. Por lo tanto, no existe un nuevo mérito sacrificial;
más bien, el fruto infinito del sacrificio cruento de la Cruz es efectuado o
realizado por Jesucristo constantemente en la Misa.
De esto se deriva que la acción del
sacrificio consiste en la Consagración. El Ofertorio (por el cual el pan y el
vino se preparan para la Consagración) y la Comunión son partes constitutivas
de la Misa, pero no son esenciales. La parte esencial es la Consagración, por
la cual el sacerdote, in persona Christi y de la misma manera, pronuncia las
palabras consagratorias de Cristo.
De esta manera, la Misa no es y no
puede ser la simple celebración de la Comunión, ni una simple persona la que
represente a Cristo y, del mismo modo, pronuncie las palabras de consagración
de Cristo.
En consecuencia, la Misa no es y no
puede consistir simplemente en una celebración de Comunión, o en un simple
recuerdo o memorial del sacrificio de la Cruz, sino en hacer verdadero y
presente este mismo sacrificio de la Cruz.
Razón por la cual podemos entender que
la Misa es una renovación efectiva del sacrificio de la Cruz. Es esencialmente
una adoración a Dios, ofrecida sólo a Él. Esta adoración incluye otros
elementos: alabanza, acción de gracias por todas las gracias recibidas, dolor
por los pecados cometidos, petición de las gracias necesarias. Naturalmente, la
Misa puede ser ofrecida por una o por todas estas distintas intenciones. Todas
estas doctrinas fueron establecidas y promulgadas en los capítulos y cánones de
la Sesión 22ª del Concilio de Trento.
ANATEMAS DEL CONCILIO DE
TRENTO
De esta naturaleza teológica
fundamental de la Misa derivan varias consecuencias. En primer lugar, el Canon
Missae.
En la liturgia Romana, siempre ha
habido un único Canon, introducido por la Iglesia hace varios siglos. El
Concilio de Trento estableció expresamente en el capítulo 4, que este canon
está libre de error, que no contiene nada que no sea pleno de santidad y de
piedad y nada que no eleve a los fieles a Dios. Está compuesto sobre la base de
las palabras de Nuestro Señor mismo, la tradición de los apóstoles y las normas
de los papas santos. El canon 6 del capítulo 4 amenaza con la excomunión a
aquellos que sostengan que el Canon Missae contiene errores y por lo tanto,
deba ser abolido.
En el Capítulo 5 el Concilio
estableció que la naturaleza humana requiere de signos exteriores para elevar
el espíritu a las cosas divinas. Por tal razón, la Iglesia ha introducido
ciertos ritos y signos: la oración silenciosa o hablada, las bendiciones, las
velas, el incienso, las vestiduras, etc. Muchos de estos signos tienen su
origen en prescripciones apostólicas o en la tradición.
A través de estos signos visibles de
fe y piedad se acentúa la naturaleza del sacrificio. Los signos fortalecen y
estimulan a los fieles a meditar sobre los elementos divinos contenidos en el
sacrificio de la Misa. Para proteger esta doctrina, el Canon 7 amenaza con la
excomunión a aquel que considere que estos signos exteriores inducen a la
impiedad y no a la piedad. Esto es un ejemplo de lo que traté más arriba: esta
clase de declaración, con el canon de sanciones, tiene mayormente un
significado teológico y no solamente un sentido disciplinario.
En el Capítulo 6 el Concilio destaca
el deseo de la Iglesia de que todos los fieles presentes en la Misa reciban la
Santa Comunión, pero establece que si sólo el sacerdote que celebra la Misa
recibe la Santa Comunión esta Misa no debe ser denominada privada y, por ello,
criticada o prohibida. En este caso, los fieles reciben la Comunión
espiritualmente y, además, todos los sacrificios ofrecidos por el sacerdote
como ministro público de la iglesia se ofrecen por todos los miembros del
Cuerpo Místico de Cristo. En consecuencia, el Canon 8 amenaza con excomunión a
todos aquellos que digan que tales Misas son ilícitas y por lo tanto deben ser
prohibidas (otra aseveración teológica).
TRENTO Y EL LATÍN. EL
SILENCIO
El Capítulo 8 está dedicado al
lenguaje particular del culto en la Misa. Se sabe que en el culto de todas las
religiones se emplea un lenguaje sagrado. Durante los primeros tres siglos de
la Iglesia Católica Romana, el idioma era el griego, que era la lengua más
comúnmente empleada en el mundo latino. A partir del siglo IV el latín se
transformó en el idioma común del Imperio Romano. El latín permaneció durante
siglos en la Iglesia Católica Romana como la lengua para el culto. Muy
naturalmente, el latín era también el idioma del rito Romano en su acto
fundamental del culto: la Misa. Así permaneció incluso después de que el latín
fuera reemplazado por el lenguaje vivo de las distintas lenguas romances.
Y llegamos a la cuestión: ¿por qué el
latín y no otra alternativa? Respondemos: la Divina Providencia establece aun
las cuestiones secundarias. Por ejemplo, Palestina (Jerusalén) es el lugar de
la Redención de Jesucristo. Roma es el centro de la Iglesia. Pedro no nació en
Roma, él fue a Roma. ¿Por qué? Porque era el centro del entonces Imperio
Romano, es decir, del mundo. Este es el fundamento práctico de la propagación
de la Fe por el Imperio Romano, sólo una cuestión humana, una cuestión
histórica, pero en la que ciertamente participa la Divina Providencia.
Un proceso semejante puede verse
incluso en otras religiones. Para los musulmanes, la vieja lengua árabe está
muerta y, no obstante, sigue siendo el lenguaje de su liturgia, de su culto.
Para los hindúes, lo es el sánscrito.
Debido a su obligada conexión con lo
sobrenatural, el culto naturalmente requiere su propio lenguaje religioso, que
no debe ser uno "vulgar".
Los padres del Concilio sabían muy
bien que la mayoría de los fieles que asistían a la Misa ni entendían el latín
ni podían leer traducciones. Generalmente eran analfabetos. Los padres también
sabían que la Misa contiene una parte de enseñanza para los fieles.
No obstante, ellos no coincidieron con
la opinión de los protestantes de que era necesario celebrar la Misa sólo en la
lengua vernácula. Para instruir a los fieles, el Concilio ordenó que la vieja
costumbre del cuidado de las almas mediante la explicación del misterio central
de la Misa, aprobada por la Santa Iglesia Romana, madre y maestra de todas las
iglesias, se mantuviera en todo el mundo.
El Canon 9 amenaza con la excomunión a
aquellos que afirmen que el lenguaje de la Misa debe ser sólo en la lengua vernácula.
Es notable que tanto en el capítulo como en el canon del Concilio de Trento se
rechaza sólo la exclusividad del lenguaje "vulgar" en los ritos
sagrados. Por otro lado, debe tenerse en cuenta una vez más que estas distintas
normativas conciliares no tienen sólo carácter disciplinario. Se basan en
fundamentos doctrinales y teológicos que involucran la Fe misma.
Las razones de esta preocupación
pueden verse, primeramente, en la reverencia debida al misterio de la Misa. El
decreto siguiente sobre lo que debe observarse y evitarse en la celebración de
la Misa establece: "La irreverencia no puede separarse de la
impiedad". La irreverencia siempre implica impiedad. Además, el Concilio
deseó salvaguardar las ideas expresadas en la Misa, y la precisión de la lengua
latina protege el contenido contra malentendidos y posibles errores basados en
la imprecisión lingüística.
Por estas razones la Iglesia siempre
ha defendido la lengua sagrada e incluso, en época más reciente, Pío XI declaró
expresamente que esta lengua debía ser non vulgaris.
Por estas mismas razones, el Canon 9
establece la excomunión de quienes afirmen que debe ser condenado el rito de la
Iglesia Romana en el cual una parte del Canon y las palabras de consagración
sean pronunciadas silenciosamente. Incluso el silencio tiene un trasfondo teológico.
LA VIDA Y EL EJEMPLO DE LOS
MINISTROS DEL CULTO
Finalmente, en el primer canon del
decreto de la reforma, en la sesión vigésimo segunda del Concilio de Trento,
hallamos otras normativas que tienen un carácter parcialmente disciplinario
pero que también completan la parte doctrinaria, puesto que nada es más
adecuado para orientar a los participantes del culto a una comprensión más
profunda del misterio, que la vida y el ejemplo de los ministros del culto.
Estos ministros deben modelar sus vidas y conducta en torno a este fin, que
debe reflejarse en su vestimenta, su compostura, su lenguaje. En todos estos
aspectos deben verse dignificados, humildes y religiosos. También deben evitar
incluso las faltas leves, puesto que en su caso éstas deberían considerarse
graves. Los superiores deben exigir a los ministros sagrados vivir
fundamentalmente de acuerdo a toda la tradición de comportamiento clerical
apropiado.
LA MISA DE SAN PÍO V Y LA DE
PABLO VI
El Cardenal Stickler
celebrando la misa de siempre, el rito tridentino.
Ahora podemos apreciar y entender
mejor el trasfondo y el fundamento teológicos de las discusiones y normativas
del Concilio de Trento respecto de la Misa como culminación de la sagrada
liturgia. Es decir, el atractivo teológico de la Misa Tridentina se puede
comprender por contraposición y como respuesta al grave desafío del
Protestantismo, y no solamente en relación a este período especial de la
historia sino como una pauta de referencia para la Iglesia y frente a la
reforma litúrgica del Vaticano II.
En primer lugar, tenemos que
determinar aquí el significado correcto de esta última reforma, como lo hicimos
en el caso de la Misa Tridentina, destacando la importancia de saber
precisamente qué se entendía por la Misa del Papa San Pío V, que cumplía con
los deseos de los padres del Concilio en Trento.
Empero, debemos destacar que el nombre
correcto que debe darse a la Misa del Concilio Vaticano II es el de Misa de la
comisión litúrgica posconciliar. Una simple ojeada a la constitución litúrgica
del Segundo Concilio Vaticano ilustra de inmediato que la voluntad del Concilio
y la de la comisión litúrgica están a menudo en desacuerdo e incluso son
evidentemente opuestas.
Examinaremos brevemente las
diferencias principales entre las dos reformas litúrgicas así como la forma en
que podríamos definir su atractivo teológico.
Primeramente, frente a la herejía
protestante, la Misa de San Pío V enfatizaba la verdad central de la Misa como
un sacrificio, basada en las discusiones teológicas y las normas específicas
del Concilio. La Misa de Paulo VI (también llamada así porque la comisión
litúrgica para la reforma después del Vaticano II trabajó bajo la
responsabilidad última de ese Papa) enfatiza, más bien, la Comunión, con el
resultado de que el sacrificio queda transformado en lo que podría denominarse
una comida. La gran importancia dada a las lecturas y a la prédica en la nueva
Misa, e incluso la facultad dada al sacerdote para agregar palabras personales
y explicaciones, es otro reflejo de lo que podría denominarse una adaptación a
la idea protestante del culto.
El filósofo francés Jean Guitton dice
que el Papa Paulo VI le reveló que había sido su intención (la del Papa) la de
asimilar tanto como fuera posible la nueva liturgia católica al culto
protestante.
Dentro de esta misma línea podemos
tratar de comprender la nueva posición del altar y del sacerdote. De acuerdo
con los bien fundados estudios de Monseñor Klaus Gamber respecto de la posición
del altar en las antiguas basílicas de Roma y otros lugares, el criterio para
la anterior posición no era que debían mirar a la asamblea que rinde culto
sino, más bien, mirar hacia el Este, que era el símbolo de Cristo como sol
naciente a quien se debía rendir culto. La posición completamente nueva del
altar y del sacerdote mirando a la asamblea, algo previamente prohibido, hoy
expresa a la Misa como un encuentro comunitario.
En segundo lugar, en la vieja liturgia
el Canon es el centro de la Misa como sacrificio. De acuerdo con el testimonio
del Concilio de Trento, el Canon reconstruye la tradición de los apóstoles y
estaba substancialmente completo en la época de Gregorio el Grande, en el año
600.
La Iglesia Romana nunca tuvo otros
cánones. Incluso respecto del Mysterium fidei en la fórmula de la Consagración,
tenemos evidencias desde Inocencio III, explícitamente, en la ceremonia de
investidura del Arzobispo de Lyon. No sé si la mayoría de los reformadores de
la liturgia conocen este hecho. Santo Tomás de Aquino, en un artículo especial,
justifica este Mysterium fidei. Y el Concilio de Florencia confirmó
explícitamente el Mysterium fidei en la fórmula de la Consagración.
Ahora bien, este Mysterium fidei fue
eliminado de las palabras de la consagración originadas en la nueva liturgia.
¿Por qué? También se autorizan nuevos cánones. El segundo de ellos, que no
menciona el carácter sacrificial de la Misa, por su mérito de ser el más breve
prácticamente ha suplantado al antiguo Canon Romano en todas partes.
De aquí que se haya perdido el profundo
discernimiento teológico otorgado por el Concilio de Trento.
El misterio del Sacrificio Divino es
actualizado en cada rito, si bien de manera diferente. En el caso de la Misa
Latina este misterio fue enfatizado por el Concilio Tridentino con la lectura
silenciosa del Canon en Latín. Esto ha sido descartado en la nueva Misa por la
proclamación del Canon en voz alta.
Tercero, la reforma del Vaticano II
destruyó o cambió el significado de gran parte del rico simbolismo de la
liturgia (si bien se mantiene en los ritos orientales). La importancia de este
simbolismo fue destacada por el Concilio de Trento...
Este hecho fue deplorado incluso por
un psicoanalista ateo muy conocido, quien llamó al Segundo Concilio Vaticano el
"Concilio de los tenedores de libros".
VULGARIZACIÓN DE LA MISA
EL LATÍN DEBE CONSERVARSE
Hay un principio teológico
completamente destruido por la reforma litúrgica pero confirmado tanto por el
Concilio de Trento como por el Concilio Vaticano II, después de una larga y
sobria discusión (yo asistí y puedo confirmar que las claras resoluciones del
texto final de la Constitución del Concilio lo reafirmaban sustancialmente). El
principio: el latín debe preservarse en el Rito Latino.
Como en el concilio de Trento, también
en el Vaticano II los padres del Concilio admitieron la lengua vernácula pero
sólo como una excepción.
Pero para la reforma de Paulo VI la
excepción se tornó en la regla exclusiva. Las razones teológicas establecidas
en ambos Concilios para mantener el latín en la Misa pueden verse ahora
justificadas a la luz del uso exclusivo de la lengua vernácula introducida por
la reforma litúrgica. La lengua vernácula a menudo ha vulgarizado la Misa
misma, y la traducción del latín original ha resultado en errores y
malentendidos doctrinales graves.
Además, antes la lengua vernácula no
estaba siquiera permitida para las personas iletradas o completamente
diferentes entre sí. Ahora que los pueblos católicos de distintas tribus y
naciones pueden emplear diferentes lenguas y dialectos en el culto, viviendo
próximos en un mundo que se torna cada día más pequeño, esta Babel del culto
común resulta en una pérdida de la unidad externa de la Iglesia Católica en
todo el mundo, otrora unificada en una voz común.
Además, en numerosas ocasiones, se ha
vuelto causa de desunión interna incluso en la propia Misa, que debería ser el
espíritu y el centro de la concordia interna y externa entre los católicos de
todo el mundo. Tenemos muchos, pero muchos ejemplos, de este hecho de desunión
causada por la lengua vulgar.
Y otra consideración... Antes, cada
sacerdote podía decir en el mundo entero la Misa en Latín para todas las
comunidades, y todos los sacerdotes podían entender el latín. Hoy,
desafortunadamente, ningún sacerdote puede decir Misa para todos los pueblos
del mundo. Debemos admitir que, sólo unas décadas después de la reforma de la
lengua litúrgica, hemos perdido aquella posibilidad de orar y cantar juntos,
aun en los grandes encuentros internacionales, como los Congresos Eucarísticos
o, incluso, durante los encuentros con el Papa, el centro de la unidad de la
Iglesia. Ya no podemos, actualmente, cantar ni rezar juntos.
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