EL CULTO A MARÍA EN LA EVANGELIZACIÓN DE MÉXICO Y PERÚ
Carlos Ezequiel Rosillo Julca
INTRODUCCIÓN
“El
pueblo postrado en tinieblas ha visto una intensa luz, a los postrados en
paraje de sombras de muerte una luz le ha amanecido; a la tierra de paganos ha
llegado la buena nueva del Reino de los
cielos”[1],
esta Palabra del Señor se actualiza concretamente en cada momento de la
historia, cada vez que una persona tiene aquel encuentro íntimo y personal con
aquel que transforma la vida, pero este encuentro no se queda en el ámbito
personal e individual, sino que tiene una dimensión comunitaria necesaria. La
fe ilumina y transforma la vida no sólo de los individuos sino que ilumina y
transforma la cultura de los pueblos postrados
en paraje de sombras de muerte, que la reciben.
El catecismo de la
Iglesia católica nos enseña que Dios conduce con sabiduría y amor a todas las
criaturas hasta su fin último, en estas disposiciones consiste la Providencia
divina. Así pues, Dios en su divina Providencia dispuso que el Sol que nace de lo alto alumbrara en
nuestras tierras por primera vez, irrumpiendo en el espacio y en el tiempo
específicos para mostrar su poder, mil
cuatrocientos noventa y dos años después que alumbrara en Israel, cuando en la plenitud de los tiempos, envió Dios a
su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley para rescatar a los que se
encontraban bajo la ley.[2]
Dios ha nacido de una
mujer, por ella se nos ha dado, por así decirlo, la salvación; y así como sin
ella el antiguo mundo no hubiera podido ver la luz del nuevo día, tampoco el
nuevo mundo, sin ella, hubiese conocido el esplendor de la gloria. En el hágase
de María la historia mundana se trocó historia de salvación, así a finales del
siglo XV la historia mundana cambió a historia de salvación en nuestro
continente, y en el siglo siguiente la salvación de Dios alcanzó el confín de la tierra, propagándose la fe católica por
todo el continente; y nuevamente la mujer del fiat fue la abanderada de aquella
empresa.
Sin María no existe
evangelización, pero María llega a América Latina por los descubridores y conquistadores
portugueses y españoles, por ello esta monografía pretende dar
fe de esta realidad, introduciéndose en la devoción a ella, no de los evangelizadores,
sino de los descubridores y conquistadores, los cuales muchas veces no gozan de
la simpatía de los historiadores hodiernos y público en general, pero que sin
embargo, fueron los que, en no pocas oportunidades, llevaban por primera vez el
anuncio evangélico a las poblaciones
nativas, aunque no lo hicieran de modo específico, y sólo en los primeros años
de la conquista, así el primer capítulo abordará las devociones marianas de los
artífices del descubrimiento y el segundo capítulo se centrará en los
conquistadores. Al respecto hay que decir que el propósito esencial
de la Conquista no se hubiera alcanzado sin una auténtica compenetración de los
poderes temporal y espiritual, y cuál
era dicho propósito, pues uno doble: difundir
el evangelio y la incardinación política de los nativos en el sistema hispánico
como consecuencia[3].
Así, me atrevería a decir que, aún con los excesos, toda España fue
evangelizadora desde el día del descubrimiento, y aún antes, lo mismo los reyes
que los prelados e incluso los soldados.
Capítulo I
Nuestra Señora y el descubrimiento de américa
El Señor, como lo hizo con los
profetas y luego con los apóstoles a quienes eligió para luego enviarlos a
anunciar, pienso, eligió a la península Ibérica, Portugal y España, sobre todo
y de manera preponderante ésta última para ser luz de las naciones, Para traer a Cristo a estas tierras.
He empezado de esta manera porque
creo que es preciso enmarcar el
descubrimiento y evangelización de América dentro del proyecto amoroso de
salvación universal del Padre eterno, el cual dispuso los corazones de los
hombres y con su providencia llevó a buen término las travesías que condujeron
al nuevo mundo. Si no se entiende el descubrimiento, conquista y evangelización
de América en esta perspectiva, entonces estas tales quedan reducidas a un
simple aprovechamiento mundano de un suceso fortuito. Hay que entender el
suceso de descubrimiento, conquista y evangelización como querido y dispuesto
por Dios para poder entender correctamente las luces y sombras de tal evento.
La providencia divina se
manifestó ya en el hecho de que fuera un hombre de arraigada fe católica quien
propugnara por todos los medios la travesía rumbo a la indias, un hombre “cuyo
principal propósito…no fue otro que abrir camino al Evangelio por nuevas
tierras y por nuevos mares”[4],
estamos hablando del navegante genovés Cristóbal Colón, así se refería de él el
papa Alejandro VI en la bula “Inter
Caetera”, "destinareis al caro hijo
Cristóbal Colón varón por todos conceptos merecedor y el más recomendable y
apto para tamaña empresa buscara cuidadosamente, por el mar donde hasta ahora
no se había navegado, tierras firmes e islas remotas y desconocidas[5];
se manifestó también en el hecho de que fueron los Reyes Católicos, que
precisamente llevaban a cabo una ardua reforma de la Iglesia en España, los que
prestaran oídos a su petición.
“Así
que, pues Nuestro Redentor dio esta
victoria a nuestros ilustrísimos rey e reina y a sus reinos famosos de
tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes
fiestas, y dar gracias solemnes a la Sancta Trinidad con muchas oraciones
solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos a
nuestra sancta fe, y después por los bienes temporales; que no solamente
España, mas todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia”.[6]
Pero más que
providencia, perdóneme el lector el atrevimiento, fue amor de predilección que mientras las
tinieblas del error cubrían a la vieja Europa, tierras vírgenes despertaban con
la luz del evangelio que cundió rápidamente por el vasto territorio
americano.
Pero a qué se debe que el evangelio se
propagara de tal manera, pues, sin duda alguna, me atrevo a decir que fue por la acción de la santísima virgen
María, así lo demuestra la historia pues ella misma quiso visitarnos allá en el
Tepeyac, como Nuestra Señora de Guadalupe.
La devoción mariana fue
fundamental en el descubrimiento, evangelización e, incluso, la conquista. Ella había de ser la que con sus encantos
atrajese a la fe a los indios y, allanando las dificultades que a su conversión
se oponían, dispensaría a manos llenas los tesoros de sus gracias en los
corazones de los neófitos y se ganaría
el amor y devoción de todos con sus atractivos de Reina y sus cariños de Madre.[7]
Este primer capítulo
quiere manifestar la verdad que acabamos de referir en los párrafos anteriores,
describiendo el lugar que cupo a la Santísima virgen en la empresa del descubrimiento de América.
Así del primero del
cual debemos hacer especial referencia es del ya citado Cristóbal Colón. Hoy la
certeza de su conciencia misional es clara: llegó a estas tierras buscando
ganar almas para Cristo. Después de muchos vaivenes por las cortes de Europa
había ganado el favor de los Reyes Católicos, quienes patrocinaron la
expedición. Así el 4 de agosto de 1492, partían del puerto de Palos las tres
carabelas rumbo a las indias por una ruta distinta: el occidente; Colón iba en
la Carabela capitana que había cambiado de nombre y se disponía a surcar el
Atlántico bajo la protección de “Santa María”; hay que hacer notar que antes de
embarcarse, Colón y sus marineros fueron a la Iglesia de Nuestra Señora de la
Rábida a implorar sus auxilios en la arriesgada empresa que se disponían a
llevar a cabo.
“Él,…
que había hallado entre aquellos muros de la Rábida…el consuelo y el aliento
que necesitaba su alma, conocía muy bien que la Virgen, ante cuyas plantas
había orado tantas veces, no le abandonaría en la demanda y, como hasta
entonces, seguiría prestándole su ayuda”.
La Madre de Dios accedió a sus ruegos y el
borrascoso Atlántico se tornó apacible, al punto que en poco más de dos meses
llegaron a tierra. El jueves 11 de octubre de 1492, el marinero Rodrigo de
Triana, a bordo de la “Pinta”, lanzó el jubiloso grito de “¡tierra!”, grito al que los demás marinos respondieron con otro de
placer y júbilo, seguido de las notas de la Salve, que solían cantar a su manera; como era de noche,
no llegaban a estar ciertos del todo que lo que había visto el de Triana fuera
tierra, pero pasadas dos horas de la media noche, no quedaba dudas, llegaban a tierra.
Así, el viernes 12 de Octubre, Colón y sus marineros pusieron sus plantas en
tierra americana, era la fiesta de Nuestra Señora del Pilar.
“María,
que con el Pilar había traído a España la fe, quería también en su fiesta tomar
posesión de aquella escogida porción de su heredad”.[8]
Colón bautizó a aquella tierra
con el nombre de San Salvador. A la segunda isla descubierta, en señal de
agradecimiento y amor a María, le puso por nombre Concepción. En su segundo viaje llegó a La
Española y, nada más fundada la ciudad de Santo Domingo, erigió la primera
iglesia levantada en América dedicada al
Verbo Eterno Encarnado y a su Santísima Madre[9],
por el Vicario apostólico Fr Bernardo Boil. Más tarde, púsole el nombre de
Concepción a una ciudad al interior de la Isla, también en honor a la virgen, y
próxima a dicha ciudad hizo construir una iglesia en honor a la virgen de las Mercedes, que aún perdura hasta hoy.
Colón consciente de la
misionalidad de su labor, pide a los Reyes Católicos el envío de misioneros a
estas tierras, petición que es rápidamente concedida; muy pronto arribaron a
las indias occidentales los esforzados hijos de santo Domingo, San Benito y San
Pedro Nolasco, quienes juntamente con la
semilla del evangelio, sembraron por doquier la devoción a María. Pero antes
que ellos puede decirse que los primeros en introducir su culto, fueron los
mismos descubridores, los cuales, siguiendo las huellas de Colón, dieron a
conocer a los naturales el nombre de la Madre de Dios y con las demostraciones
de amor y veneración que prestaban a sus imágenes, incitaron a los indios a
tributarles los mismos homenajes.[10]
El 12 de octubre de 1492, sólo
significó el comienzo de los descubrimientos, pues el territorio que había que
explorar era abundantísimo, así pues trasladémonos diecinueve años más
adelante, a finales de 1511. En esa datación una carabela al mando del Capitán
Valdivia, yendo del Darién a La Española, perdió el rumbo y naufragó; de los diecinueve hombres que
conformaban la tripulación, perecieron rápidamente siete, mientras que los
otros, a duras penas, lograron salvarse; el bote salvavidas encalló en el litoral de la provincia de Yucatán,
conocida entonces como Maya, en México. Ni bien desembarcaron los náufragos
fueron tomados prisioneros por el cacique del lugar que hizo sacrificar progresivamente a los ídolos a diez de los hombres, incluyendo a Valdivia;
sólo lograron escapar dos hombres: Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, el
primero había perdido todo cuanto poseía, a excepción del libro de horas de
Nuestra Señora, que retuvo siempre consigo durante los ocho años que duró su
cautiverio, el cual rezaba diariamente, allí le halló Cortés y lo tomó como
intérprete.[11]
Ahora bien hablemos de otro
grande de la historia, del navegante portugués al servicio de España, Fernando
de Magallanes, descubridor del estrecho que lleva su nombre; éste puso su expedición,
llegar a las islas de la Especería, bajo el amparo de Nuestra señora de la Victoria,
del convento de los mínimos de Triana, a cuyos pies quiso ser sepultado, tras
caer en desigual combate en la isla de Cebú,
en la actual Filipinas; además con el nombre de esta advocación de la virgen bautizó a una de sus
naves, la nao en que Sebastián Elcano, dio el primero la vuelta al mundo[12].
Baste la mención de estos tres
personajes, aunque existen muchos más, para tener una idea de la espiritualidad
mariana arraigada en los corazones de
los descubridores, que no eran religiosos sino rudos hombres de mar -pensemos
en los tripulantes de las carabelas colombinas, muchos de ellos hasta iletrados
serían- forjados en el arduo trabajo de la navegación; pero con un amor grande
a la Madre de Dios que no dudaban en ponerse bajo su amparo y patrocinio ante cualquier empresa que debían asumir o
cuando la necesidad les urgía.
Finalmente diremos que la
conciencia de la intervención de la Madre de Dios en la gesta descubridora está
muy presente en la mentalidad de la época, conciencia que se manifestaba de
diversas maneras; una expresión muy gráfica esta conciencia de la influencia de
María santísima en el descubrimiento de América
en un célebre retablo de la casa de contratación de Sevilla. Representa a Santa María de pie, sobre una
nube, vestida de una rica túnica de brocado y cobijando bajo los amplios
pliegues de su manto a dos grupos de
navegantes y otros personajes que intervinieron en el descubrimiento y evangelización de América. A su derecha
figuran don Fernando el católico; el obispo don Juan de Fonseca, jefe de la
casa de contratación y superintendente de Indias; y don Sancho Matienzo, primer
abad de Jamaica. A la izquierda aparecen Fernando Colón, acompañado de los
célebres pilotos Juan de la Cosa y Américo Vespucio. Un Mar azul y bonancible cubre
la parte inferior del cuadro y sobre sus tranquilas aguas se mecen algunas carabelas y esquifes,
luciendo al aire vistosos gallardetes. De esta manera el pintor quiso expresar
lo siguiente “Nadie puede dudar que el triunfo de esta conquista se debe a la
Reina de los Ángeles”.[13]
capítulo II
La devoción Mariana de los
Conquistadores
Aunque es
forzoso y concorde a la verdad histórica reconocer que muchos de los
conquistadores españoles no estuvieron exentos de grandes defectos, hay que
reconocer también que no existe inconveniente alguno que se ajuste a la verdad
en que aquellos rudos hombres desearan sinceramente la conversión de los indios
sometidos; hay quien sólo ve ambiciones humanas y económicas, muchas veces
desmedidas en las acciones de los conquistadores y tratan de negar a como dé lugar la rectitud de las intenciones mencionadas
líneas arriba. Pero aquí se plantea un profundo problema antropológico, que ya
planteaba san Pablo y que cada uno de nosotros experimentamos a diario[14];
ciertamente los conquistadores no eran ningunos santos, es más a duras penas
podrían tener algún acto moral bueno, si se quiere, pero esto no niega de
ninguna manera que con rectitud de corazón quisieran el aumento de la fe
cristiana pues, pese a sus muchos pecados, eran católicos convencidos; aunque
sus actos desdigan sus pensamientos e intenciones, no podemos juzgarlos como
hombres únicamente movidos por un afán voraz de ganancia. Es incontestable que
todos aquellos hombres eran realmente creyentes y además devotos de la virgen
María, por eso este
segundo capítulo abordará a manera de muestra probatoria algunos de los más
notables ejemplos de esta devoción y el favor y ayuda prestados por la virgen a
los conquistadores que, puestos bajo su patrocinio, se abrieron paso por el
nuevo mundo.
Es de todos conocido que el
conquistador de México fue Hernán Cortés, pero pocos son conocedores de su devoción a María. Esto lo demuestran las
crónicas de la conquista pues en ellas se relata cómo es que Cortés, al momento
que sometía a los indios, les entregaba el precioso don de la maternidad de
María; aquí consignamos algunos hechos que prueban la devoción del
conquistador: un primer hecho es que al desembarcar en la isla de Cozumel,
vieron, Cortés y sus huestes, a un indio
que estaba adiestrando a otros en un adoratorio; al consultar y enterarse que
eran cosas malas las que decía les instaron a que quitasen los ídolos del
adoratorio y pusieran una imagen de nuestra Señora, que el mismo Cortés había
regalado; pero los indios por temor a un castigo de los dioses no accedieron
a hacerlo, no les vaya caer un mal como
castigo; pidieron pues a los españoles que los echaran ellos; el conquistador
accedió a la petición y mandó a que
destruyesen los ídolos del templo y que construyesen en aquel un altar a la
santísima virgen y que plantasen una cruz, esto ante la atenta mirada del
sacerdote de los ídolos y de todos los demás indios.
“Y en cada
capilla y altar ponían una cruz o la
imagen de Nuestra Señora, a quienes todos aquellos isleños adoraban con gran
devoción y raciones, y ponían su incienso, y ofrecían codornices y maíz y
frutas y las otras que solían traer al templo por ofrenda. Y tanto devoción
tomaron con la imagen de Nuestra Señora Santa María, que salían diciendo: “Cortés”, “Cortés”, y cantando “María”, “María”, como hicieron a Alonso
de Parada y a Pánfilo de Narváez y a
Cristóbal de Olid, cuando pasaron por allí.”[15]
Otro hecho digno
de mención es el que narra Bernal Díaz Castillo en el capítulo XXVI de su Historia de los sucesos de la conquista de
Nueva España. Díaz Castillo señala que cuando Cortés y sus hombres llegaron
al territorio de los Tabascos, al oriente mexicano, entablaron sangrientas
batallas con ellos, pero habiéndolos vencido definitivamente estableció una
estrecha y sólida alianza con ellos que ni el tiempo ni las vicisitudes
lograron desbaratar[16].
Este triunfo fue dedicado a nuestra Señora de la Victoria y el pueblo de los
Tabascos fue bautizado con el nombre de aquella advocación. Cuando los caciques
se llegaron a presentar sus respetos a Cortés, éste les mandó a dejar la
idolatría y los sacrificios, mandato al
cual los caciques contestaron que cumplirían; luego del imperativo les mostró
una imagen de la Virgen con el niño en los brazos y les declaró que aquella era
la imagen de la santa Madre de Dios que está en los cielos y por eso debían
guardarle gran reverencia y les ofreció dejársela, pareció
bien a los caciques que dejasen
en su pueblo a tan Gran Tecleciguata[17] y
le hicieron un altar bien labrado.
Podemos decir que lo que Bernal Díaz del Castillo afirmaba
de la Virgen María con relación a las tropas de Hernán Cortés en la conquista
de México, fue la fe mariana de
castellanos y portugueses durante todo el período virreinal. Escribía el mismo
cronista: “Y ciertamente todos los
soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e así es verdad, que la
misericordia divina y Nuestra Señora la Virgen María siempre era con nosotros:
por lo cual le doy muchas gracias”.[18]
Así pues
podemos citar otro ejemplo de esta fe; esta vez dejaremos México e iremos a la actual
Cuba; pues a unos dieciséis kilómetros, al oeste de Santiago de Cuba, se halla
situada la villa de El Cobre, fundada en el año de 1598, en la proximidad de
las famosas minas que le han dado el nombre al poblado; al sur de ésta villa,
en la cima de un altozano se levanta el santuario de Nuestra Señora de la
Caridad, el más notable de Cuba; la virgen fue hallada por unos indios en 1604
0 1605, en la bahía vecina de Nipe. Sobre la historia de la advocación no
daremos mayores datos, pues lo que nos interesa aquí es la devoción que Nuestra
Señora de la caridad inspiró a un Conquistador.
Se trata de
don Alonso de Ojeda, primer conquistador de la Tierra Firme, de quien, si nos
atenemos a los historiadores, era propiedad la imagen que aún se venera en Cuba
bajo el título de “Nuestra Señora de la Caridad del Cobre”, precisamente por
hallada cerca de la villa del Cobre, flotando sobre una tabilla con la
inscripción “Yo soy nuestra Señora de la Caridad”. Resulta que el conquistador,
nacido en Cuenca hacia el 1466 y muerto
en Santo Domingo, a fines de 1515 o inicios de 1516, padeció un
naufragio cerca de la ciudad de Santiago y gracias al buen trato que le prodigó
el cacique de Cueyba pudo rehacerse y emprender su viaje a la isla de Santo
Domingo; en agradecimiento por tanta amabilidad, le hizo al cacique la donación
de una pequeña estatua de Nuestra Señora que el indio guardó con gran cuidado y
a su manera se empeñó en honrar. A esta imagen, que se la había regalado el obispo Juan Rodríguez
de Fonseca, le tenía gran devoción, pues según refiere Las Casas, se
encomendaba mucho a Madre del Señor representada en esa advocación.
“Llevaba
Alonso de Ojeda en su talega una imagen muy devota… a la cual te tenía gran devoción, porque siempre fue muy devoto
de la Madre de Dios;… sacaba Ojeda la imagen
de la mochila, poníala en el árbol y allí la adoraba, exhortando a los
demás que hiciesen lo mismo, suplicando a Ntra. Sra., los quisiese remediar,
esto se hacía muchas veces al día… i porque Ojeda, con la devoción que a nuestra
Señora tenía, se había encomendado mucho á su misericordia i hecho voto que en
el primer pueblo que saliese, dexaría la imagen, dióla al cacique, hízole hacer
una hermita ó oratorio adonde la puso, dándoles una noticia de las cosas de
Dios a los indios…”[19]
Dirijámonos ahora a Sudamérica y
centrémonos en la conquista de Quito. Tras la muerte de Atahualpa en Cajamarca,
Francisco Pizarro se dirigió al Cuzco y a fin de que no se alzasen las
provincias del norte, nombró a Sebastián
de Belalcázar gobernador de San Miguel
de Piura. Las noticias de la muerte del Inca y de las grandes riquezas del Perú
habían llegado rápidamente hasta Panamá y otras partes más al norte; por esa
razón gran número de soldados arribaba a San Miguel, de manera que el gobernador
se vio muy pronto rodeado de un gran número de gente ansiosa de aventuras. Con
ciento cincuenta soldados emprendió la marcha hacia Quito, pero muy pronto se
el pequeño ejército comenzó a experimentar los embates de las tropas del indio Rumiñahui. Llegados
cerca de Riobamba se entabló una encarnizada batalla, de ésta da testimonio el
cronista Herrara y deja claro que los españoles “tuvieron por cierto que les libró la intercesión de la Santísima
Virgen, a la cual continuamente invocaban para su ayuda, porque esta Madre de
Misericordia, Reina del cielo, es cierto y así lo tienen castellanos e indios
por indubitado, que en semejantes conflictos apareció muchas veces su bendita
imagen y que della han recibido incomparables beneficios.”[20]
Belálcazar dio muestras de su piedad al
fundar el 13 de enero de 1557 la ciudad de Popayan, donde hizo erigir la iglesia Mayor dándole por titular a Nuestra
Señora de la Asunción o del Reposo. Además en su testamento, instituyó una
capellanía perpetua para que cada miércoles en dicha iglesia se celebre una
misa en honor a la Inmaculada Concepción.
Finalmente presentamos un hecho que es
consignado por casi todos los historiadores primitivos del Perú, incluso lo
relata el Inca Garcilaso de la Vega. El hecho es de suma importancia, tanta que
su recuerdo se ha perpetuado en un monumento alzado al costado de la catedral,
monumento que recibe el nombre de Capilla del Triunfo. Este suceso ocurrió en
la sublevación de Manco Inca, quien puso cerco por más de ocho meses a la ciudad
del Cuzco, pronto los españoles se vieron reducidos en unas pocas casas en torno a la plaza principal; los indios
prendieron fuego a dichas casas y algunas fueron presas de las llamas; sin
embargo, quedó exento, como por milagro,
un vasto galpón conocido con el nombre de Sunturhuasi, acorralados allí, los
españoles se creían ya perdidos, sin embargo la Madre de Dios intervino, pues
en ese mismo momento la virgen con el niño en brazos se les apareció a los
indios, quienes quedaron maravillados y muy turbados por el suceso que no
sabían a dónde estaban y tuvieron que regresar a sus casas antes que los
españoles salieran de su escondite, tal como lo cuenta el Inca Garcilaso de la
Vega en sus Comentarios Reales. Pero no sólo Garcilaso cuenta el suceso, sino
que también testigos presenciales como Pedro Pizarro lo relatan; aunque él no
menciona la aparición, pues la virgen se les apareció a los indios no a los
españoles, su narración coincide en lo sustancial con la de Garcilaso.
Hay muchas otras cosas que podríamos
decir acerca de la influencia de María en la conquista y de la devoción de los
conquistadores hacia ella que, evidentemente no están puestas en esta
monografía; pero éstas han sido puestas para mostrar cómo es, que aunque
pecadores y muchas veces, con gran anti testimonio, los conquistadores eran hombres creyentes, hijos
de la Iglesia, conscientes de llevar el Reino
de Dios a los indios.
Sin embargo,
teniendo muy en claro la devoción mariana de los conquistadores, hay un asunto que al lector le podría parecer
hemos omitido, esto es saber cuál era la
Virgen María que latía en la fe de los conquistadores, qué connotaciones tenía,
además es muy válido plantearse hoy ¿Cómo
aparecía esta Virgen María ante los ojos de los indígenas? No obstante,
pensamos que las repuestas a estas preguntas abrirían caminos a otras investigaciones
más extensas, tal vez en el campo
teológico o antropológico, que no necesariamente tienen que ver con la
finalidad de la monografía que estamos concluyendo. Estos temas se podrían
abordar en una ulterior investigación.
CONCLUSIONES
Es preciso tener muy en claro que el
descubrimiento y la conquista de América
están enmarcados dentro del plan universal de salvación de Dios, si no
se entiende así, estos sucesos se convierten sólo en un conjunto de movimientos
interesados cuyo único fin era el enriquecimiento de unos pocos; sin embargo,
la visión de fe nos dice que estos eventos son voluntad expresa del Padre,
parte de su proyecto, en el cual María santísima es parte fundamental, pues su
fiat permitió que el mundo Dios se encarne, ese fiat se prolonga en la historia
y continúa haciendo que Dios se encarne en los diversos pueblos a los cuales llega
el evangelio, así pues ella es pieza fundamental en la cristianización de
América.
María, llegó a América Latina por los descubridores
y conquistadores portugueses y españoles, antes que por los misioneros, pues
precisamente serán los descubridores los que pidan al rey el envío de
misioneros y serán los conquistadores los que, en muchos casos lleguen antes
que los misioneros.
Aunque es forzoso
reconocer que muchos de los conquistadores españoles no estuvieron exentos de
graves defectos, es incontestable que casi todos eran hombres de arraigada fe y
además fervientes devotos de la Virgen María. Esto lo podemos ver si abordamos
con cierta profundidad la vida de Cortés, por ejemplo, además
encontraríamos abundantes testimonios
similares sobre la devoción a la Virgen tenida por conquistadores de la
época, que se podrían prolongar
indefinidamente, porque se trata de una nota común de aquellos hombres.
La Virgen quedó incorporada
cualitativamente a la empresa de la conquista, pues con la llegada de los conquistadores
llegaba también la gran Tecleciguata de Castilla.
La fe mariana de castellanos y
portugueses conquistadores consistía en que la virgen aparee como abogada y apoyo de las tropas creyentes, esta fe la confirmaban
con repetidos milagros, atribuidos a la Cruz y a la Virgen, realizados con
ocasión de acciones militares y similares, algunos de los cuales hemos repasado.
Esta monografía no pretende dar
interpretaciones teológicas, antropológicas o sociológicas a cerca de la devoción mariana de los conquistadores, ni presentar una
exposición orgánica y sintética de los
contenidos teológicos de la devoción a María de los conquistadores y su
implicancia en el ejercicio práctico de su labor, sólo se limita a presentar
las devociones particulares que tenía los descubridores y conquistadores citados, salvando, claro está, que no hay
dificultad real en pensar y proponer que esos rudos hombres pudieran querer
también la expansión de nuestra santa fe para la salvación de los hombres.
BIBLIOGRAFÍA
BENITO, José Antonio… Apuntes.
COMBY, Jean.- “Para leer la Historia de la Iglesia” 2. Del
siglo XV al siglo XX…Verbo Divino, Navarra 1996.
ESPASA- CALPE… Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo – Americana Tomos XXXII
y LVII.- Editorial Espasa Calpe, Bilbao.
VARGAS UGARTE, Rubén.-Historia del Culto a María en Iberoamérica
y de sus imágenes y santuarios más celebrados Tomo I… Madrid 1956. Tercera
Edición.
ANALECTA MONSERRATENSIA, Vol II.
DE WITTE, Charles- Martial.- “Las
bulas pontificias y la expansión
portuguesa en el siglo XV” Revista
de Historia eclesiástica de Lovaina
Número 53.
[1] Is 8, 23 – 9,1
[2] Gal 4, 4
[3] BENITO, José
Antonio… Apuntes.
[4] VARGAS UGARTE,
Rubén.-Historia del Culto a María en
Iberoamérica y de sus imágenes y santuarios más celebrados Tomo I… Madrid
1956, p 4. Tercera Edición.
[5] Alejandro VI Bula
“Inter Caetera”, del 4 de mayo de 1493.
[5] COLÓN,
Cristobal.- Carta a los Reyes Católicos
anunciando el descubrimiento de América
del 15 de febrero de 1493.
[7] VARGAS UGARTE,
Rubén.- Op Cit. p 4
[9] Cf. Analecta Monserratensia, Vol II. p 361
[10] VARGAS UGARTE,
Rubén.- Op Cit. p 9
[11] Cf. CUEVAS,
Mariano.- Historia de la Iglesia en México. Libro I.,
Cap. I… México, 1923. en VARGAS UGARTE, Rubén.- Op Cit. p 11.
[12] Cf. ESPASA-
CALPE… Enciclopedia Universal Ilustrada
Europeo – Americana Tomo XXXII, Voz Magallanes, Fernando de.- Editorial
Espasa Calpe, Bilbao, pp 56 y 57.
[13] VARGAS UGARTE,
Rubén.- Op Cit. p27
[14] Cf Rm 7, 14-25
[15] LÓPEZ DE
GÓMARA, Francisco.- Crónica General de las Indias, Segunda
Parte, citado en VARGAS UGARTE, Rubén.-
Op Cit, p12.
[16] Cf. ESPASA-
CALPE… Enciclopedia Universal Ilustrada
Europeo – Americana Tomo LVII, Voz Tabasco (Batallas de).- Editorial Espasa
Calpe, Bilbao, pp 1373-1375.
[17] Los indios
llamaban tecleciguatas a las grandes señoras.
[18] BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia
de los sucesos de la Conquista de la Nueva España, Cap. XCIV, citado por
VARGAS UGARTE, Op. cit, p. 13.
[19] HERRERA, Década
I., Lib. VIII, Cap. IV. Cf.
También, LAS CASAS, Historia de las Indias. Lib. II, Cap. 60, citados por VARGAS UGARTE, Op. cit, p. 16.
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